Jimmy Andrade – BCSD Ecuador (CEMDES)

Tomado de la publicación del WBCSD Repercusiones del COVID-19 en la próxima década

En 2010, el Consejo Empresarial Mundial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD) publicó Visión 2050, un documento de referencia en el que se presentaba una hoja de ruta para conseguir un mundo en 2050 en el que 9.000 millones de personas pudieran vivir dignamente dentro de los confines del planeta.

En 2019, el WBCSD decidió revisar este documento ya que, diez años después, no se habían producido grandes avances en las vías de consecución de dicho objetivo. Dicha revisión armonizaría la hoja de ruta con los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), la adaptaría para reflejar algunos de los grandes cambios experimentados y reformularía las prioridades en lo que se refiere a actuaciones críticas que las empresas podrían promover durante lo que la ONU denominaría la “Decade of Delivery” (“década de la consecución”). 

Se configuraron áreas de trabajo para estudiar la transformación de los sistemas, la mejor manera de actualizar la hoja de ruta hacia Visión 2050, las características de la coyuntura operativa del período 2020-2030, los factores esenciales de transformación que tendrían que aprovechar las empresas y la forma en que habían cambiado los planteamientos y las prioridades en materia de sostenibilidad en distintas partes del mundo. 

Entonces llegó 2020. La COVID-19 representa en este momento la peor crisis de salud pública y, sin duda, la recesión económica más profunda de la era moderna. La pandemia ha sacado a la luz las terribles vulnerabilidades de los sistemas de salud pública y de las economías de todo el mundo, así como el efecto “alud” que puede causar un trastorno grave debido a la interconexión de nuestros sistemas. 

Ya nos habíamos hecho una composición de lugar del escenario operativo de 2020-2030 y de lo que la próxima década podía deparar a las empresas. No sólo analizábamos los desafíos en materia de sostenibilidad, sino que queríamos estudiar el panorama mundial en general y su repercusión en la capacidad de las empresas para desempeñar su actividad adecuadamente. Queríamos identificar los aspectos favorables y desfavorables que podrían influir en las empresas en los próximos 10 años y cómo afectan al empeño de hacer realidad nuestra Visión 2050: que más de 9.000 millones de personas puedan vivir dignamente dentro de los confines del planeta. Queríamos que las empresas pudiesen prepararse en vista de las tendencias y los sucesos imprevistos que pudieran acaecer a lo largo de la década. 

Ahora, un único suceso de este tipo, la COVID-19, ha desencadenado una gran conmoción y acelerado muchas de las macrotendencias que habíamos identificado. La forma en que reaccionemos a esta situación determinará, ciertamente, el devenir de la próxima década. 

En el informe del WBCSD se señalara las vulnerabilidades que está sacando a la luz la COVID-19;  se presentaran las formas en que influirá en esta década: su relación con las brechas socioeconómicas, políticas y culturales existentes; la posibilidad de que acelere o frene tendencias existentes; cómo propicia la aparición de otros trastornos graves y la forma que podría adoptar la recuperación, y se analizara la oportunidad que ofrece para replantear las normas y reglas del capitalismo de modo que empresas y economías sean más resilientes y regenerativas.

 Este informe constituye el primero de tres documentos del Proyecto de respuesta a la COVID-19 del WBCSD que versan sobre la resiliencia a largo plazo. Se recomienda leerlo junto con el comunicado sobre Visión 2050 dedicado a las macrotendencias y alteraciones que determinarán el período 2020-2030 (Macrotrends and Disruptions shaping 2020-2030).

 Existe diversidad de opiniones sobre si la COVID-19 puede calificarse como un suceso “cisne negro”.[1] La pandemia era previsible y, de hecho, se predijo.[2] Sin embargo, ha cogido a la mayor parte del mundo por sorpresa. Ni administraciones ni empresas estaban preparadas para esta crisis sanitaria, ni para sus repercusiones socioeconómicas. El 31 de marzo, Nassim Nicholas Taleb, quien acuñó el término “cisne negro”, se sumó al debate: a su juicio, la COVID-19 no es un “cisne negro” porque esta crisis era previsible y podía haberse evitado. Quienes argumentan lo contrario solo están tratando de justificar su falta de preparación.[3] 

Es probable que los devastadores efectos de la COVID-19 se dejen sentir durante muchos años. El presente artículo muestra la interacción de la crisis con las actuales tendencias mundiales y otras cuestiones, especialmente las abordadas en nuestro comunicado sobre Visión 2050 dedicado a las macrotendencias y alteraciones que determinarán el período 2020-2030. 

¿Cómo podría influir la COVID-19 en la próxima década?

 La tasa de mortalidad por COVID-19 depende en gran medida del acceso a la atención de la salud y a la calidad de esta. Tomando en consideración que esta nueva enfermedad puede llegar a asemejarse a una neumonía y por la velocidad de contagios es necesario contar con muchos más recursos hospitalarios para poder enfrentarla.

 Sin embargo, si tomamos en cuenta uno de los indicadores sobre recursos hospitalarios como el número de camas cada mil habitantes donde la Organización Mundial de la Salud (OMS) sugiere al menos tener 2,5 camas por persona en condiciones normales. En el Ecuador ninguna provincia alcanza a cumplir con este estándar.

 1. INTERACCIÓN DE LA COVID-19 CON LAS BRECHAS SOCIOECONÓMICA, POLÍTICA Y CULTURAL

 La COVID-19 afecta de forma diferente a distintos grupos de personas: los ancianos son más vulnerables que los jóvenes, los hombres y las personas obesas corren mayor riesgo que las mujeres y las personas no obesas, y los ricos cuentan con mayor protección que los pobres. En algunos casos, la pandemia agravará las tensiones, pero también crea un contexto que posibilita la solidaridad entre grupos con intereses normalmente opuestos. Las principales brechas sociales con las que la COVID-19 está interactuando de manera compleja son las siguientes:

 Desigualdad de ingresos y riqueza: actualmente los segmentos de población más golpeados por la COVID-19 son los que gozan de menores ingresos y riqueza y tienen menos probabilidades de acceso a una atención sanitaria adecuada. Muchas no pueden permitirse dejar de trabajar, con el consiguiente riesgo tanto para sí mismas como para otras personas. La COVID-19 podría reducir las desigualdades a corto plazo al disminuir la riqueza de los que más tienen, pero es probable que este efecto sea relativamente efímero. A largo plazo, la COVID-19 podría agravar las desigualdades dentro de los países y entre éstos, aunque la respuesta política posterior a la crisis (que tratamos en la tercera parte) tendrá una importancia clave en este sentido.

 Desigualdad de género: cada vez son más las evidencias que demuestran que las consecuencias sociales y económicas de la COVID-19 están teniendo un impacto desmesurado en las mujeres. Durante el confinamiento, mujeres y niñas asumen la mayor parte de las labores de cuidado de la familia, normalmente a costa de su propia salud, carrera profesional y estudios. Entre la juventud, las mujeres corren más riesgo que los hombres de tener que abandonar sus estudios para ahorrar dinero. De igual manera, es más probable que sean las mujeres profesionales que trabajan desde casa quienes se hagan cargo de los estudios y actividades de sus hijos en lugar de los hombres. Los sacrificios realizados (voluntaria o forzosamente) a corto plazo podrían tener a largo plazo un efecto devastador en los ingresos de las mujeres. Además y por desgracia, la violencia doméstica parece haber aumentado en los hogares que se encuentran en situación de confinamiento.

 Nacionalismo y globalización: la respuesta inicial a la COVID-19 en todo el mundo ha puesto de manifiesto la fortaleza del nacionalismo en muchos países y la relativa debilidad del multilateralismo. Muchos países han cerrado sus fronteras unilateralmente y prohibido las exportaciones de suministros médicos. La crisis ha agravado las tensiones en la ya crispada relación entre los países de la zona euro y la UE. Tampoco cabe duda de que ha recrudecido la tensión entre Estados Unidos y China, así como en otras relaciones comerciales importantes. Son pocas, todavía, las muestras de coordinación y colaboración multilateral eficaces para hacer frente a la pandemia y sus consecuencias, que han dejado a muchos países más pobres en una situación apremiante por la falta de ayuda de la comunidad internacional. Tal vez los gobiernos lleguen a anteponer la solidaridad mundial (o al menos regional) al aislamiento nacionalista, pero en este momento parece poco probable.

Dinámica intergeneracional: sin tener en cuenta la influencia de la COVID-19, se está produciendo un relevo generacional en el poder político, cultural y económico que se prolongará a lo largo de esta década. Pese a ser la población de más edad la que corre un mayor riesgo sanitario ante la pandemia, los problemas económicos tendrán un efecto desmesurado en los jóvenes a más largo plazo. Quienes esperen incorporarse al mercado laboral a principios de esta década lo harán en condiciones realmente adversas. Muchos tendrán verdaderas dificultades para encontrar algún empleo. Los ingresos de aquellos segmentos de la población que alcanzan la mayoría de edad en épocas de recesión suelen verse perjudicados a largo plazo. Del mismo modo que la crisis económica de 2007-2008 y sus consecuencias dejaron a muchos milenials desencantados con el statu quo, la COVID-19 podría determinar la visión del mundo que tendrá la generación Z en los próximos años. Muchos sentirán escasa empatía (y en ciertos casos un gran resentimiento) con un sistema que no ha conseguido hacerles prosperar. Esta situación podría abrir una brecha intergeneracional en lo que se refiere a sus intereses económicos y políticos.

Polarización y atomización: por todo lo anterior, existe el riesgo de que la COVID-19 agrave la inestabilidad y la polarización política. Sin embargo, en muchos lugares también ha unido a las comunidades locales, promovido un espíritu de solidaridad y responsabilidad mutua y generado un nuevo nivel de sensibilización respecto a nuestra interconexión e interdependencia. Las sociedades llevan décadas atomizándose, pero, al tratarse de un proceso lento y escalonado, este fenómeno ha encontrado escasa resistencia. Ahora que la COVID-19 ha obligado a imponer medidas de aislamiento a la población, aumenta el número de personas que se está percatando del valor de la comunidad y las relaciones. Aunque no se trata en absoluto de un fenómeno universal, y habrá que ver el espíritu de solidaridad que persiste cuando termine la crisis, esto plantea, cuando menos, la posibilidad de un fortalecimiento del tejido social desde la base. 

2. ACELERACIÓN DE LAS TENDENCIAS EXISTENTES 

Tal y como observa Yuval Noah Harari, la naturaleza de las emergencias es “acelerar los procesos históricos”. Esta crisis ya está actuando como elemento acelerador de varias tendencias existentes.

Repatriación de la producción: la COVID-19 está obligando a empresas y administraciones a trabajar para garantizar el suministro de productos esenciales y algunos gobiernos incluso han prohibido la exportación de equipos de protección. Debido a la crisis, muchas empresas tratarán de aumentar la resiliencia de sus cadenas de suministro reduciendo la complejidad y dotándolas de diversidad y redundancia, en lugar de perseguir únicamente la eficiencia. La tendencia a acercar la producción a los mercados de consumo (conocida como “reshoring”), ya incipiente antes de la COVID-19 debido a los cambios tecnológicos y las convulsiones geopolíticas, podría verse acelerada por la crisis. No obstante, el ritmo de cambio será desigual para cada sector. “En términos de flujos físicos, 2019 probablemente pasará a la historia como la época de máxima fragmentación de las cadenas de suministro”, aduce el profesor Ian Goldin de la Oxford Martin School.

Digitalización: el confinamiento ha acelerado la digitalización de muchos aspectos de la economía. Los sitios web de comercio electrónico se han multiplicado mientras que la mayoría de las tiendas físicas han tenido que cerrar sus puertas en muchas partes del mundo. El trabajo, los estudios y la atención médica a distancia han pasado a ser prácticas generalizadas para la población que tiene la fortuna de poder gozar de ellos. Pero también han proliferado, por desgracia, los delitos informáticos. Todo esto se debe en parte al efecto inmediato de la crisis, pero ciertos cambios de comportamiento serán permanentes. Los desafíos y trastornos provocados por la COVID-19 también están acelerando al máximo el índice de innovación tecnológica en algunas áreas (desde los estudios médicos colaborativos y la carrera por conseguir una vacuna, a la adopción de diseños e impresión en 3D en los procesos de fabricación). 

Vigilancia: muchos estados han adoptado con rapidez tecnologías de vigilancia ya existentes para ayudar a controlar y frenar la propagación de la pandemia y, normalmente han elegido como socios esenciales en dicho empeño a grandes empresas tecnológicas. Algunas administraciones parecen estar utilizando la oportunidad que ofrece la crisis para sortear la oposición a las medidas de vigilancia, promulgando regulaciones de emergencia que podrían perpetuarse cuando la crisis termine. El fin de las medidas de confinamiento y la preparación mundial para la siguiente pandemia conllevarán casi con toda seguridad la implantación de sistemas de “biovigilancia” aún más sofisticados. Se está proponiendo de manera generalizada el uso de los denominados “pasaportes sanitarios” o “de inmunidad”, que emplean datos biométricos, como medio para relajar gradualmente el confinamiento. Lo mismo ocurre con los sistemas de seguimiento de los contactos. Estas prácticas suscitan inquietudes en materia de privacidad, ética y datos. Sin embargo, existe la posibilidad de que la pandemia predisponga a la población, al menos a corto plazo, a renunciar a un cierto grado de privacidad a cambio de la promesa de una mayor seguridad, como ya ocurrió en el pasado tras otros sucesos graves, como atentados terroristas.

Autocratización: en la pasada década, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial, los países en los que avanzó el autoritarismo superaron en número a aquellos en los que avanzó la democratización. Algunos dirigentes autoritarios ya están aprovechando la oportunidad que ofrece esta crisis para consolidarse en el poder y suspender la democracia. Con el incremento del número de elecciones aplazadas y la prohibición de reuniones públicas por motivos de salud, muchos países en los que ya era patente la debilidad de las normas e instituciones democráticas antes de la COVID-19 podrían derivar ahora hacia formas de gobierno más autocráticas.

 3. QUÉ PROPICIARÁ Y QUÉ FRENARÁ LA COVID-19 

Además de agravar las tensiones y acelerar tendencias ya existentes, la COVID-19

puede haber modificado la forma en la que evolucionarán determinadas tendencias en la próxima década:

  • El ritmo de urbanización podría disminuir porque el mayor riesgo de contagio registrado en las ciudades las convierte en lugares menos atractivos para vivir y trabajar.
  • Algunos sectores (por ejemplo, el de viajes y turismo) podrían no volver a recuperarse totalmente si se mantienen ciertos cambios de comportamiento temporales. Esto podría ocurrir, en especial, en sectores que dependan del gasto discrecional de los consumidores (que, casi con toda seguridad, se reducirá en los próximos años) o cuando los cambios de comportamiento impuestos por el confinamiento hubieran generado otros beneficios de carácter social o ambiental.
  • La confianza en la ciencia y los expertos se ha disparado temporalmente durante la pandemia y se ha puesto de relieve el valor de contar con gobiernos competentes. Este dato podría restar fuerza a determinados discursos de líderes populistas, aunque es improbable que frene por completo ese tipo de corrientes.
  • El nuevo reconocimiento de la labor de los “trabajadores esenciales”, escasamente remunerados, podría traducirse en un cambio político en favor del igualitarismo.
  • Los habitantes de las ciudades han respirado un aire más limpio durante el confinamiento, lo que podría ejercer presión a largo plazo sobre las administraciones municipales y nacionales para reducir la contaminación de una vez por todas.

También existe la posibilidad de que se produzca un efecto dominó y la COVID-19 provoque otros cambios radicales importantes durante los próximos meses y años. Uno de los diez posibles trastornos que destacamos en nuestro análisis del entorno operativo del período 2020-30 (2020-30 Operating Environment) antes de la llegada de la COVID-19 era una pandemia. Es posible que los otros nueve mencionados sean ahora más probables a consecuencia de esta crisis, a saber:

  • Una crisis económica provocada por el solapamiento de la contracción económica más grave que se ha registrado en décadas y de una economía que ya acarreaba elevados niveles de deuda, especialmente en el sector privado.
  • Revueltas populares que conduzcan a un cambio de régimen cuando se atraviesen verdaderas dificultades económicas y la población exija responsabilidades a los gobiernos por considerar que han gestionado incorrectamente las crisis sanitaria y económica.
  • Un punto de inflexión para la transición energética mundial (algunos analistas consideran ahora que la demanda de combustibles fósiles podría haber tocado techo en 2019) que a su vez provoque una corrección repentina en la forma de valorar el riesgo climático por parte de los mercados financieros.
  • Una reacción social y reguladora contra el exceso de tecnología (“techlash”) en los años próximos de esta década provocada por el hecho de que, casi con toda seguridad, las grandes empresas tecnológicas saldrán de esta crisis con una posición más dominante respecto a sus competidores (potenciales).
  • Un “(New) Deal” ecologista de alcance mundial, posible gracias a un cambio en las expectativas ciudadanas sobre el papel del gobierno en la respuesta a las crisis y la necesidad de una importante inversión pública para estimular la recuperación económica.
En resumen, más que esperar una “nueva normalidad” debido a la COVID-19, tal vez deberíamos pensar en una “nueva anormalidad” en la que los trastornos con consecuencias inmediatas y extremas se sucedan con una frecuencia cada vez mayor (en comparación con el statu quo).