Por: Gustavo Larrea Real
Director CIG
Entré a formar parte del Consejo Directivo de la Cámara de Industrias de Guayaquil, a principios de los años 80, en representación de La Cemento Nacional, (hoy HOLCIM ECUADOR); y, luego seguí en esas funciones por ELECTROQUIL S.A. Estas circunstancias me han dado el privilegio de actuar en el seno de una de las más importantes organizaciones empresariales de Ecuador, por dos actividades productivas cuya trascendencia social y económica están íntimamente vinculadas al desarrollo, por ser insumos fundamentales para crear y mantener infraestructura: cemento, incluyendo sus derivados; y energía eléctrica.
Los años 80 del siglo pasado, marcaron el inicio del actual período democrático; y, también la consolidación de la etapa petrolera, que generó un acelerado proceso de cambios en todos los órdenes del convivir nacional. Coincido con quienes han observado que ésos, fueron
tiempos de mucha esperanza, pues parecía que lo inédito de la riqueza proveniente de la producción y exportaciones de petróleo, auguraba la llegada del tan ansiado progreso. Frente a tales expectativas, la industria se posicionó como motor del desarrollo.
En el contexto de la industrialización, la Cámara es desde su nacimiento, una voz orientadora cuanto para formular propuestas que apoyen al proceso, cuanto para analizar las políticas públicas y ejercer su capacidad de interlocución con los gobiernos, en la búsqueda de mejorarlas estimulando la inversión, el empleo, el uso de tecnologías innovadoras para aumentar la productividad y ser competitivos en los mercados locales y foráneos. No es tarea fácil. Pero en ejecutarla, se resume la presencia institucional que, desde 1936, han logrado plasmar sus presidentes, con el respaldo de las empresas afiliadas y de sus representantes en el Consejo Directivo.
En momentos difíciles para Ecuador y Guayaquil, la Cámara ha liderado los esfuerzos desplegados para superarlos. Por ejemplo, durante la crisis financiera de 1999, no se detuvo el proyecto de construir el Centro Empresarial las Cámaras, que se ejecutó en conjunto con las de Comercio y Construcción. A más de la contribución urbanística que este edificio aporta, el mensaje que se dio a la comunidad fue de que la capacidad para alcanzar objetivos incluso a pesar de las dificultades, nunca está en riesgo. Ese mismo mensaje se le dio a la ciudad y al país ante los problemas de suministro eléctrico que agobiaron a la economía agudizándose desde finales de 1991. Las Cámaras asumieron el reto de garantizar para la economía guayaquileña —y por ende, nacional— la confianza de disponer de energía eléctrica sin los sobresaltos de sufrir los racionamientos dispuestos por el gobierno, ni de regatearlos en sus frecuencias y magnitudes. De esa necesidad nació ELECTROQUIL S.A.
He querido citar estos dos hechos, para ponerle énfasis a la trascendencia de contar con organizaciones empresariales comprometidas, sin reservas, con el servicio al interés público. Es que cuando así proceden, no únicamente velan por su sector, sino que lo hacen para procurar el bienestar colectivo, bajo la certeza de que así se ejerce responsabilidad social, de manera eficaz y directa. Puedo dejar constancia que en la Cámara, la responsabilidad social empresarial es una vocación.
Como miembro del Consejo Directivo de la Cámara de Industrias de Guayaquil, he participado en los actos conmemorativos de su Fundación. Son oportunidades para evocar a los empresarios que construyeron la industria nacional desde esta ciudad, aprovechando su vocación industriosa y abierta al comercio de bienes y servicios, propia de quienes habitan en puertos. Y que buscaron tener en la Cámara una instancia de coordinación que proyectase a la industria por encima de sus naturales discrepancias, incluso las de tipo empresarial. Los 84 años de vida institucional dan testimonio de lo acertado que —sin excepciones— ha sido la gestión de sus directivos.
La industria y las actividades productivas en general, enfrentan hoy, situaciones realmente inimaginables, como si fuesen extraídas de la cotidianidad y estuvieren cada vez más próximas, a afiebrados relatos de ficción.
La industria 4.0., que da cuenta de la cuarta revolución industrial caracterizada por la vigencia de agresivas tecnologías de información y comunicación (TIC), se nos precipitó en alas de esa especie de cigüeña llamada “globalización”, cuando todavía no nos acomodábamos a la industria 3.0. (de la tercera revolución), y mientras en muchos casos, apenas estábamos pensando en la obsolescencia de la industria 2.0.
En este ambiente, nos ha caído la pandemia del CORONAVIRUS y sus restricciones para producir y efectuar compra/venta bajo estrictos protocolos de bioseguridad. Desde marzo, todo está en trance de emergencia: desde las relaciones laborales tradicionales, hasta la vigencia de empresas y de nuevos emprendimientos, incluyendo operaciones de comercio exterior puesto que la crisis es mundial. Son realidades que demandan respuestas urgentes, tanto audaces e innovadoras, como factibles y pragmáticas. No me cabe duda alguna de que la Cámara de Industrias de Guayaquil, con el liderazgo de su señora Presidente Ab. Caterina Costa de García y del Consejo Directivo, conducirán al sector por las mejoras rutas, para salir con daños mínimos de las difíciles condiciones que enfrentamos. Y que a la historia de la Cámara se incorporará este capítulo, como otro de los momentos trascendentales en que respondió a la confianza de sus empresas afiliadas y de la sociedad ecuatoriana.