Por: Juan Manuel Domínguez

La agricultura es un pilar fundamental de nuestra economía, aportando en promedio un 9,16 % del PIB y generando empleo para el 27,25 % de la población económicamente activa en los últimos 7 años. Nuestro sector agroalimentario ha destacado en el comercio internacional, con un promedio de exportaciones de USD$ 5.506 millones y un superávit comercial favorable gracias a las importaciones de USD$ 1.951 millones en el período 2013-2018.

Sin embargo, es importante considerar cómo el fenómeno El Niño puede impactar el desempeño habitual de nuestra agricultura. Aunque predecir su magnitud y duración es difícil, podemos basarnos en la información histórica para estar preparados. Observamos que en el período 2021-2022, la provincia del Guayas registró temperaturas anuales con variaciones entre -0.59 y -0.12 °C, mientras que en el 2023, se ha observado un aumento de 0.56 °C.

Las bajas temperaturas asociadas al fenómeno La Niña en años anteriores explican, en parte, la reducción del 0.65 % en las cajas mensuales exportadas de banano, así como la disminución significativa en la productividad de otros cultivos de exportación, como el cacao.

Por otro lado, el incremento de temperatura en este año podría ser beneficioso para la producción de ciertos productos de exportación. Sin embargo, si se combina con lluvias constantes y superiores a los promedios históricos, podríamos enfrentar los efectos del fenómeno El Niño de 1997/98: surgimiento de plagas y enfermedades, cambios en los periodos de siembra y cosecha, afectación de la floración de cultivos y, en consecuencia, la producción, destrucción de sistemas de riego e infraestructura agrícola, pérdida de cultivos y escasez de semillas en algunos mercados. La ganadería (vacuna, porcina y avícola) experimentó pérdidas de animales, destrucción de infraestructura (criaderos, comederos), incremento de enfermedades producto de la excesiva humedad y, además, pérdida de alimentos debido a la reducción de producción de maíz y la inundación de pastos.

Ante estos desafíos, es crucial estar preparados. Un sólido servicio de extensionismo, tanto in situ como en línea, puede impulsar la planificación agrícola incorporando la gestión de riesgos como parte integral. Este servicio debe articularse entre el Ministerio de Agricultura, instituciones adscritas, universidades, escuelas politécnicas, gobiernos descentralizados y otros organismos.

La capacitación en temas como adecuación de sistemas de riego y drenaje, control de plagas y enfermedades, fisiología vegetal y producción/utilización de semillas certificadas, es esencial. Además, conocer los diferentes instrumentos financieros para minimizar pérdidas económicas según la tipología del productor es fundamental.

Asimismo, es imprescindible revertir la tendencia de baja inversión en investigación y desarrollo agrícola, enfocándonos en el desarrollo de variedades de semilla y plantas más resistentes a condiciones climáticas extremas.

Con una planificación adecuada, una red de apoyo sólida y el enfoque en el desarrollo sostenible, podemos enfrentar los desafíos que el fenómeno El Niño pueda presentar a nuestra agricultura. La resiliencia y la adaptabilidad son clave para asegurar la continuidad y el crecimiento de nuestro sector agroalimentario, protegiendo así nuestro patrimonio y bienestar. Trabajemos juntos para construir una agricultura más fuerte y preparada ante los cambios climáticos que se avecinan.