Por: Paul Palacios
Lograr satisfacer las necesidades alimentarias para la población en tiempos de estabilidad no es tarea fácil en cualquier economía de ingresos medios y, cuando las circunstancias se vuelven críticas, como en los actuales momentos, el desafío es mucho mayor.
Según el Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, para 2018, 113 millones de personas de 58 países experimentaron niveles elevados de inseguridad alimentaria. Casi dos tercios de esas personas estaban concentradas en solo 8 países de ingresos bajos y, en muchos casos las causas eran conflictos, desastres climáticos, dificultades logísticas, o simplemente sistemas políticos que van en contravía de la generación de prosperidad para sus pueblos, como es el caso de Corea del Norte y Venezuela, donde los niveles de desnutrición de la población son alarmantes.
En el contexto del año 2020, para citar solo ciertas cifras, si bien es temprano para evaluar la situación dado que la crisis aún no finaliza, se estima que antes de la crisis 1 de cada 10 hogares en Estados Unidos no suplían apropiadamente sus requerimientos alimenticios y, para fines del segundo trimestre, dicha cifra se había elevado a 1.7 hogares de cada 10.
En el caso Latinoamericano, la destrucción acelerada de valor económico ha hecho retroceder las líneas de alimentación adecuada, estimándose que aproximadamente el 50% de la población no cuenta con los recursos suficientes para alcanzar la ingesta necesaria de alimentos. Esto nos obliga en nuestro país a la búsqueda acelerada de soluciones, especialmente dirigidas a los niños, donde los efectos de la inadecuada ingesta de alimentos, puede tener consecuencias irreversibles.
Inmediatamente declarada la crisis, un grupo de voluntarios de la sociedad civil, incluyendo una gran cantidad de empresas y organizaciones, reaccionaron de forma inmediata para contribuir a aplacar las consecuencias de la falta de acceso de alimentos que tendrían los grupos vulnerables (personas informales y desempleadas), debido al confinamiento. Si no se actuaba rápido se provocaría una amenaza a su supervivencia en situaciones de confinamiento, o inseguridad sanitaria si lo abandonaban.
Se establecieron varias iniciativas, entre ellas Unidos Alimentamos Más, que contaba con el apoyo de acopio y logístico del Banco de Alimentos (Diakonía); en la distribución de “última milla” se contaba con la Iglesia Católica y grupos evangélicos; y, en la estructura de armado de kits con el Centro de Distribución de Almacenes TIA. La iniciativa fue fortalecida con la construcción de una página de donaciones para la adquisición de kits de alimentos y, poco a poco se fueron integrando organizaciones como la Cruz Roja Provincial del Guayas, gobiernos autónomos (municipios) de la provincia y ciertas prefecturas. La seguridad para los desplazamientos estaba garantizada por el Ejército y la Policía. Para desplazamientos rurales se contó con el poyo de la Fuerza Aérea Ecuatoriana.
En la medida en que se iba ampliando el grupo de donantes, se pudo ir expandiendo también el área de cobertura de asistencia. La incorporación del Comité Especial de Emergencia (CEECG), fue muy importante para agregar recursos tanto en la forma de kits de alimentos, como otros alimentos al granel. El apoyo de los directivos de Cámara de Industrias y de la Cámara de Comercio, fue clave para estimular las donaciones y ayuda diversa. Al cabo de 3 semanas se estaba asistiendo con alimentación humanitaria a 250 mil personas en la ciudad de Guayaquil, en el perfil costanero desde Engabado hasta los límites con la provincia de Manabí, en los cantones de la provincia del Guayas y, se apoyaba a la Provincia de Manabí a través de su Prefectura y, a otras provincias cercanas.
El esfuerzo de los voluntarios para ir casa por casa entregando alimentos, así como la generosidad del sector empresarial y ciudadanos en general, fue admirable. Empresas como TIA, Corporación Favorita, Difare y Farmaenlace, se constituyeron en ejes de la ayuda y, faltarían páginas para nombrar a todas las empresas que donaron; la mayor parte de ellas solicitando el anonimato.
A las pocas semanas de iniciado el proceso, nos dimos cuenta que el confinamiento se alargaría más de lo previsto y, que un sistema de entrega de kits de alimentos, no era sostenible por razones de balance alimentario, logística, bioseguridad y seguridad física. Fue entonces que la Iniciativa promovió la construcción de una plataforma tecnológica que permitiera hacer llegar a las personas derechos para la recepción de alimentos.
Bajo esta modalidad, quien recibiera un mensaje de texto en su teléfono, podría acercarse a la tienda de su barrio o a un establecimiento de TIA y, presentando su cédula de identidad, escoger los alimentos que necesitaba, hasta un monto determinado de dinero. Esta plataforma construida en tan sólo 9 semanas, estuvo lista y probada con una donación del Consulado Alemán en Guayaquil y, permitirá alimentar de manera eficiente y segura a 20 veces más personas que aquellas que se sirvió en los momentos más complejos de la crisis.
La plataforma permitió que se participe en el desafío Superhéroes del Desarrollo 2020 promovido por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), logrando para el país ser uno de los 4 ganadores, dentro de 88 participantes a nivel de Latinoamérica. No sólo es un honor ese logro, sino estar mejor preparados para enfrentar una crisis como la vivida.
Luego de los acontecimientos vividos, nos queda la alegría de saber que ningún desafío es imposible, si es que trabajamos unidos. Guayaquil dio muestras, en los peores momentos, de mantener intacto su espíritu de vencer las adversidades que se le presenten y, aún golpeada de la peor manera, fue capaz partir un pan para compartirlo con el resto del país. Guayaquil es invencible.