Por: Alberto Acosta-Burneo
La cuarentena para combatir el covid-19 frenó la actividad productiva. La economía sufre una iliquidez, que no es el resultado de una escasez de dólares, sino de la interrupción en la cadena de pagos. Al haberse detenido la producción, se detuvieron las ventas, los cobros y los pagos de proveedores, sueldos, impuestos, etc. Estamos viviendo una crisis originada en la producción, que terminó contagiando a los consumidores que, por falta de ingresos, redujeron sus compras. La economía ecuatoriana se contrajo en el segundo trimestre en –12,4% interanual y se han destruido más de 400 mil empleos. ¿Cuánto tiempo nos tomará retornar a la “normalidad”?
Será más complejo que “volver a trabajar el lunes” porque toma tiempo reactivar todos los eslabones de la producción, que es un proceso que requiere de insumos y bienes de capital. La cuarentena paralizó gran parte de las cadenas productivas. La reactivación requiere que todos los eslabones productivos vuelvan a producir. Por ejemplo, un emprendedor que hace mermeladas deberá esperar a que la producción de frascos de vidrio se reactive, que se retomen las importaciones de papel para etiquetas y tintas, que la imprenta abra sus puertas, la producción de cartón, etc.
El capital de trabajo de los emprendedores se ha esfumado. Durante el largo período sin ventas, igual debieron realizar algunos pagos urgentes. La liquidez desapareció. El cobro de más impuestos por parte del Estado, como el anticipo de impuesto a la renta, agravó la situación. Para retomar actividades, no todos podrán acceder a financiamiento para recuperar su capital de trabajo. Quienes por su precaria situación financiera no califiquen para financiamiento adicional, tendrán que reiniciar sus operaciones de manera reducida con el escaso capital de trabajo que les quede. El arranque será muy lento (e incluso algunos no podrán arrancar nuevamente).
Adicionalmente, el virus cambió nuestras preferencias. Algunos cambios son temporales, hasta que aparezca una vacuna que erradique al virus. Por ejemplo, la demanda acrecentada de gel desinfectante. Y otros cambios son permanentes: mayor uso de servicios de entrega a domicilio y comercio en línea. Esto significa que muchas actividades tendrán que reinventarse. Este proceso no es sencillo ni rápido. Los bienes de capital y procesos productivos no siempre son fácilmente convertibles a otros usos. Pensemos, por ejemplo, en un cine al que el público ya no quiere ir para evitar aglomeraciones. Para darle otro uso, debe invertir en adecuaciones. Habrá actividades que no reabrirán.
No todo es culpa del covid 19
La crisis que atravesamos no fue originada por el Covid 19. El virus sólo dio el empujoncito final a más de una década de políticas económicas irresponsables. Debido a un mal manejo de la bonanza, se generaron dos graves desequilibrios: crisis fiscal (exceso de gasto) y crisis de competitividad (país caro). La consecuencia de estos desequilibrios es la incapacidad de la economía ecuatoriana de generar bienestar a los ciudadanos.
Al proponer soluciones, evitemos los errores más comunes. ERROR 1: visión estrecha del “especialista” que ve el árbol, pero no el bosque. El experto en finanzas públicas que quiere cerrar la brecha fiscal a “toda costa”, sin importar los daños que provoque en el resto de la economía. ERROR 2: proponer “soluciones” ignorando lo que hace crecer a una economía. ERROR 3: partir de supuestos falsos, como pensar que el Estado puede usar el ahorro de la sociedad de forma más eficiente que los propios ciudadanos (mito del multiplicador del gasto público). Estos errores explican propuestas miopes como subir impuestos o crear un impuesto al patrimonio en medio de una crisis de iliquidez y con producción detenida por las cuarentenas.
¿Cómo hacer crecer a la economía?
Primero, debemos corregir los incentivos: premiar todo aquello que incentive el ahorro y la inversión. ¿Cómo? Racionalizando el actual esquema tributario que incentiva el consumo y castiga el ahorro/inversión. La carga corporativa en Ecuador alcanza 42,6% superando el promedio regional de 31,6%. Este valor incluye: el 15% de participación de trabajadores y 10% sobre dividendos, pero no considera el Impuesto a la Salida de Divisas ni los elevados aranceles a la importación. Mientras tanto, el IVA es de los más bajos de la región. Urge, además, eliminar el Impuesto a la Salida de Divisas que bloquea el libre flujo de capitales.
Segundo, hay que devolver competitividad a la producción. Abrir mercados externos ampliará nuestro potencial productivo y de generación de empleo. Además, debemos aprovechar al máximo el potencial de ser una economía dolarizada e internacionalizar nuestro mercado financiero. A través de la libre movilidad de capitales y una ley monetaria moderna, podremos enlazarnos al ahorro internacional y gozar de tasas de interés más bajas y crédito más abundante.
En materia productiva hay que corregir la política que nos encareció y destruyó nuestra competitividad: la sustitución de importaciones. La nueva política productiva debe centrarse en reducir costos de producción, ya no en incrementar precios al público.
La modernización de la legislación laboral permitirá la creación de empleo. Se debe legislar solo los principios básicos de la relación laboral y dar campo a que las partes convengan y lleguen a sus propios contratos.
Es necesaria una cruzada en contra de las trabas burocráticas a la producción. El objetivo debe ser liberarnos de la sobre regulación estatal que mantiene prisionera a nuestra capacidad innovadora
¿Cómo corregir la crisis fiscal?
La crisis fiscal se enfrenta priorizando el gasto público en el ciudadano. Invirtiendo en salud, educación y seguridad y reduciendo significativamente todo lo demás. La pregunta no debe ser de dónde se obtiene más dinero, sino cómo se usa eficientemente el que se tiene.
La calidad del gasto debe ser la prioridad. Existe una creencia absurda, pero generalizada, que asegura que el gasto público siempre tiene un efecto multiplicador en la economía. Esto equivale a decir que mientras más gaste el Estado, más prósperos seremos. Sin embargo, la realidad es totalmente distinta.
Es verdad que todo gasto público eleva el PIB, incluso cuando está plagado de coimas, sobreprecios y “acuerdos entre privados”. Pero hay que ver la película completa, recordando que el gobierno no es un productor, sino que obtiene sus ingresos de cobrar impuestos a los ciudadanos. Entonces, el costo del gasto público es lo que los ciudadanos dejamos de hacer por sostenerlo. El gasto público de baja calidad nos empobrece porque desvía recursos que hubieran sido destinados a otros usos más importantes para los ciudadanos. Es decir, reduce el potencial de producir bienes que la población realmente necesita y que hubieran elevado su nivel de vida.
Urge abandonar creencias absurdas y trabajar, de manera seria y profunda, en una reingeniería del gasto público para priorizar la calidad del gasto para evitar obras sobredimensionadas o innecesarias.
Además, el criterio rector de la política pública debe ser la transparencia. Debemos reinstaurar las licitaciones en las compras públicas y dejar de lado las contrataciones “a dedo”. Que la lucha contra la corrupción sea frontal. Los desafíos del Ecuador son variados y profundos. Afortunadamente, tenemos la capacidad para superarlos y devolver el crecimiento y bienestar a nuestra economía. Recordemos al científico Charles Darwin quien aseguró en su teoría de la evolución que las especies que quienes sobreviven no son las más fuertes ni las más rápidas ni las más inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio. Demostremos nuestra capacidad de adaptación. ¡Superemos el miedo al cambio!